Haciendonos mayores...

lunes, enero 11, 2010

Días que ofrecen asesinato como único futuro

“No pensaré en el futuro ahora. No tengo tiempo. Cuando haya lavado las medias pensaré. Cuando haya cosido ese botón pensaré. Cuando haya escrito la carta pensaré.

Previsora, la naturaleza me otorga la habilidad de Penélope para tareas precisas, diminutas, que en el pasado yo hacía de cualquiera manera, como coser ojales y volantes para cuellos. Pues Dios mío querido, no debo pensar ahora, porque no puedo llorar aquí. Las paredes son demasiado delgadas.

No hay ningún sitio y ningún tiempo para esa palabra.”

No quería volver a hacer esto, pero no puedo evitarlo. He leído "En Grand Central Station me senté y lloré" en el momento más (o menos, quién sabe) indicado. Así que quizá todo mi entusiasmo no esté justificado . Pero creo que Elizabeth Smart tenía razón, tan consciente de que en el fondo, todos los que tememos su locura, todos los que -incluso- despreciamos su locura, la envidiamos al mismo tiempo.

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lunes, enero 04, 2010

Año nuevo

Quise hablaros del snooker, de los torneos fantásticos que emiten en Eurosports, de cómo los locutores nos radian cada una de las jugadas como si se tratara de una posibilidad de gol, de lo bien que visten los participantes ingleses, te los imaginas como lores o sires cuando menos, de lo atento que está el público, de cómo vibra ante imagino, una pantalla gigante, porque algunos no podrán alcanzar a ver qué bola ha metido, pero sobretodo de lo bonito que es que cualquier variedad deportiva (cualquier variedad de cualquier cosa, me atrevo a decir) levante pasiones.

Pero pasado el día, pasada la romería, así que me imagino que debería hablar del año que empieza, o del que se ha ido, hacer una defensa de la Navidad –que sé que lo necesita-, de salir en Fin de Año, y (por favor) de los mensajes telefónicos y las postales, de aquellos tiempos en que los amigos aún respetaban las fechas obligadas para ponerse al corriente de la vida. También, quizá, de los propósitos de año nuevo. Pero este año nuevo me produce mucha pereza y prefiero zambullirme de lleno en la vida que me espera los próximos meses sin pensármelo demasiado. Dicho esto, soy consciente de que toda esta aclaración es como las columnas sobre qué vergüenza que Belén Esteban sea lo único que interesa a los españoles (pero yo me molesto en hablar sobre ello para darle más pompa, o para que mis lectores se sientan especiales), así que considero que he cumplido.

Hoy por lo tanto he cogido mis botas de montaña y (muy bien acompañada) me he ido a buscar petroglifos por los montes y a embarrarme las suelas en peligrosas veredas al borde de tempestuosos ríos. Tanta tempestuosidad, nos hizo hablar de lo bello, y también de lo sublime, los conceptos más interesantes que aprendí en la Universidad, aunque por supuesto, no recuerdo de ellos todo lo que merecían. Recuerdo, básicamente, que en una época en la que estaban con los cánones de belleza por aquí y por allá, y si la harmonía, y si el arte bien reglado, Burke –y también Kant, y muchos otros- establecieron la distinción excluyente entre la belleza (lo bonito, lo dulce, lo fácil de ver, lo bien trabajado) y lo sublime (que va más allá de la belleza, que no es bonito, ni dulce, ni fácil de ver, pero que nos coloca a nosotros mismos frente a nuestros límites y por lo tanto nos sobrecoge y nos asusta, pero nos atrae tanto que no podemos dejar de mirarlo).

La naturaleza en invierno, las tormentas, las olas de varios metros, el dolor, lo salvaje.
Lo que nos hace creer que estamos aprendiendo alguna verdad sobre el mundo.

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