Haciendonos mayores...

sábado, octubre 03, 2009

El viaje en tren a Sarajevo

A las nueve y medía de la noche partía el tren de Zagreb que debía depositarnos a las siete de la mañana en Sarajevo. En cuanto subimos, advertimos con júbilo que el tren se dividía en diferentes compartimentos, por lo que nos introducimos en uno y rezamos a dios para que ningún extraño se decidiese a perturbar la paz de nuestra habitación.

Una vez que llegamos a la conclusión de que pasaríamos la noche solas, comenzó la transformación: cerramos la puerta, subimos las maletas al portaequipaje, estiramos los asientos todo lo posible (el compartimento contaba con seis asientos, tres enfrente de otros tres, de modo que al estirarlos se unían unos con los otros formando una especie de colchón gigante que ocupaba todo el espacio), nos sacamos los zapatos, corrimos las cortinas de ventana y pasillos, nos cubrimos con nuestras toallas de playa, apagamos la luz y nos dispusimos a soñar con los angelitos.

Pero muy pronto un estruendo nos sobresaltó: ¿estaban abriendo la puerta de nuestro compartimento? ¿Alguien había encendido la luz? Se trataba del revisor, que tras advertir que su lengua era ininteligible para nosotras, se puso un poco nervioso y trató de hacerse entender mediante gestos. Cogió la mochila de Tera y hizo que Tera la abrazase repetidas veces, señalando hacia fuera. Raquel rápidamente comprendió: no quiere que dejemos las cosas tan descuidadas, por si nos roban. Cogimos los bolsos, con las carteras y las cosas de valor y los pusimos debajo de la cabeza. Pareció tranquilizarse y se fue.

Y volvió a los cinco minutos, acompañado de un jovencito que, como era estudiante, sabía un poco de inglés, y al que le resultó muy graciosa la tienda de campaña que nos habíamos montado. Nos contó (mientras el revisor afirmaba con la cabeza) que él solía hacer ese trayecto y que había muchos robos. Que el revisor nos recomendaba dejar la luz encendida y hacer turnos, para que una velara mientras otras dos dormían. Aseguramos que así lo haríamos y, ahora sí, mucho más tranquilo, el revisor nos sonrió y nos deseó (imagino) buenas noches.

Raquel veló el primer turno, del que yo, por supuesto, no sé nada, pero ella afirma que hombres muy sospechosos paseaban de un lado a otro. El segundo turno fue el de Tera, que se vio interrumpido por nuestro querido revisor, que finalmente, venía a por nuestros billetes. Raquel se despertó de repente, con el pelo revuelto, y cito textualmente: “yo me desperté sobresaltada, con el pelo caótico y él me lo colocó de forma tierna (y paternal) -no había nada sexual- que te acaricie un revisor de tren es extraño cuando menos”.

Finalmente me tocó a mí, saqué mi libro, me puse los cascos y desafié al sueño. Mi turno era el mejor, porque comenzaba a amanecer, así que dejé libro y cascos y me concentré en el paisaje que se empezaba a intuir, en las múltiples estaciones de tren donde hombres fatigados encendían la luz verde para que pudiéramos partir y mujeres de negro subían apresuradas al tren –es todo tan poético al alba-; en nuestro querido revisor, que cada vez que pasaba ante el compartimento, me saludaba expresivamente con la mano y fingía quedarse dormido, en los hombres que pasaban por delante con las manos en los bolsillos, y miraban hacia dentro, y volvían a pasar para asegurarse de que había alguien despierto, y sí, por supuesto, ahí estaba yo vigilando todos nuestros bienes materiales.

Bosnia me pareció un país de montañas abruptas y árboles casi horizontales. El color gris de la niebla de la mañana le prestaba al paisaje un tono onírico fantástico. Las montañas se sucedían muy rápido, mientras yo trataba de apresar aquellos postes telefónicos contra los montes. Pero sobre todo, Bosnia es un país donde en cada pueblo aparecen casas a medio construir. Casas en las que parece que no vive nadie, y casas en las que puedes apreciar cortinas en el piso de abajo, pero el piso de arriba, tras ser destruido, nunca se volvió a reconstruir. No eran ruinas, ni casas destruidas, eran casas dejadas a la mitad, o a los tres cuartos, o todo menos la pintura. Casas en las que las obras se habían limitado a la necesidad de hacerlas habitables.

(pd. Poco después, en una conversación con un amigo de Tera, éste nos contó que cuando él había cogido ese mismo tren, habían gaseado varios compartimentos para robar –pero no tuvo a bien avisarnos antes-. Quede claro que eso pasa en muchos sitios y que no lo asociamos al lugar en sí ni a la maldad intrínseca de sus habitantes –como susceptiblemente malinterpretó el amigo que hicimos en Sarajevo-).

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6 Comments:

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Blogger sr. calavera said...

Casas sin terminar, sin pintar, ladrillo visto... igualito que Galicia.
(Lo de los gases narcotizantes y los trenes es "común" en el sur de Italia)

1:31 p. m.

 
Blogger Lala Digital said...

Sabes q t sigo aunq no comente en estos posts viajeros ;-)

3:20 p. m.

 
Blogger Mrs Jones said...

De hecho la fama de gases en trenes es más de Europa do Leste (que no, los Balcanes no entran ahí, q no puedes ser do Leste y mediterráneo)

8:58 p. m.

 
Blogger Zabu said...

Pero... no va a haber fotos de todo esto?


(gasear a los viajeros de un tren, es tan poco sutil como mi prejuiciosa imaginación dice que debe ser todo en Balcanes y Europa del Este).


... y si yo fuese ladrón en trenes lo primero que haría sería tener al revisos sobornado, por supuesto.

10:59 p. m.

 
Anonymous Tera said...

El turno de noche - vigilar el sueño, cuidar nuestras cosas, la oscuridad de Bosnia, la noche profunda, mantenerse despierta, despertar - lo mejor del viaje.

1:15 p. m.

 
Blogger Cubilete said...

lo de las casas ladrillo es muy galicia, pero no es lo único... Si es que era como sentirse en casa, con aquellos paisajes verdes!

9:39 p. m.

 

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