Haciendonos mayores...

viernes, noviembre 06, 2009

Las laderas de las montañas

Cuando acabamos de comer nuestro cevapi es cuando advertimos que el hombre que está en la mesa de al lado nos mira y se ríe, nos mira y se ríe, antes de dirigirle la palabra a Tera (visiblemente enamorado) para decirle en rudimentario italiano que es la primera chica española rubia que ve. “No debe de tener mucho mundo”, pensamos nosotras. Pero no es así, ha trabajado en Francia, en Bélgica, en Italia (después sabremos que la cifra oficial de paro bosnio ronda el 45%), y hasta ha tenido un romance con Carmen, una mujer de algún lugar de Castilla y León.

Como es el primer bosnio que conocemos así, tan en profundidad, le damos conversación. A pesar de su extraño aspecto, su mochila reventada y sus repentinas risas. Le preguntamos qué tal es vivir en Sarajevo y qué es lo que más le gusta de la ciudad, y enseguida se ofrece a enseñarnos todo lo que valga la pena. Nosotras nos miramos, y dudamos: “Vamos hacia la mezquita”, le decimos. Él cree que es una gran idea, y nos acompaña, y nos informa de que Sarajevo es la única ciudad en el mundo que cuenta con una iglesia ortodoxa, una católica, una sinagoga y una mezquita en menos de 400 metros cuadrados. Por supuesto, visitamos cada una de ellas, mientras nuestro nuevo amigo, que se llama Jack, alaba la mezcla existente en la ciudad.

Pero después se pone un poco más triste para explicarnos que la gente no tiene ningún problema, que los problemas los tienen los políticos y que incluso ahora se viven situaciones que le parecen absurdas como el tener tres presidentes , o injustas, como que los serbiobosnios tengan derecho a pasaporte serbio, los bosniocroatas tengan derecho a pasaporte croata (serbios y croatas no necesitan visados para entrar en la Unión Europea en visitas de corta duración) y que los bosniacos sólo tengan pasaporte bosnio a diferencia del 50% de la población.

Nos pasea por la ciudad y es difícil obviar los malos tiempos. En el mercado, critica duramente al ejército serbio que lanzó dos bombas que causaron muchísimos muertos, “todos civiles, gente que venía a buscar qué comer, gente que trataba de sobrevivir”. Nos cuenta que él nació en Serbia, pero siempre vivió en Sarajevo. Que se quedó durante la ocupación, y que claro, los que estaban dentro eran todos iguales, fueran serbiobosnios o bosniacos. También nos cuenta que la única forma de resistir era estar todos juntos, ayudarse mutuamente, y suena a alguna película llena de buenas intenciones, a alguna frase recurrente sobre que la guerra saca lo peor pero también lo mejor del ser humano. Todo lo que me sugiere proviene de la ficción. Así debe ser.

Tras visitar la zona más austrohúngara llegamos a un parque donde hay un monumento a los niños que murieron durante la guerra, y donde comienzan las tumbas. Las tumbas están por todas partes, porque al estar sitiados, no tenían donde enterrar a los muertos. Los enterraron en los parques, en los alrededores del estadio olímpico, y en cada pequeño terreno sin edificar. Todas las lápidas muestran fechas de muerte de entre 1992 y 1995. Jack se siente incómodo, nos explica que se trata todo de gente joven, llena de vida. “En cuatro años todo se llenó de muertos, muchos amigos... en todas las familias se perdió a alguien”.

El parque está justo al pie de una colina y Jack nos informa de que podemos subir y conocer la residencia de estudiantes donde vive (Jack ya ronda los 40), y la pizzería que quiere comprar. Nos habla entusiasmado del proyecto, de cómo va a colocar las mesas, y de qué va a servir. Entretanto, nos adentramos por un barrio residencial que bien podría ser Coia. Los niños juegan al fútbol en las plazas que quedan entre los edificios, y pasamos varias tiendas de alimentación. Tras empinadísimas cuestas (en Sarajevo no puedes salirte un milímetro del centro sin subir una montaña), llegamos a su residencia. Nos muestra su habitación, que nos deprime bastante, y nos habla de que el año pasado hubo una erasmus española. Cuando acaba de ducharse vamos al bar de la residencia que hace también de cyber. Sólo hay un grupo de chicos a los que saluda entusiasmado mientras ellos nos miran con perplejidad.

Después cogemos un taxi porque estamos derrotadas. Vamos a la colina que queda cerca de nuestro hotel, desde allí, se ven unas vistas fantásticas de la ciudad de Sarajevo, solo enturbiadas por la ristra de lápidas que llena la ladera.

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6 Comments:

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Blogger Mrs Jones said...

Jo. Tenemos que ir a Sarajevo (tú otra vez para enseñármela). O viajar siempre con Tera para tener guías enamorados ;)

4:48 p. m.

 
Blogger sr. calavera said...

cierto que tiene oficina católica y ortodoxa y musulmana y judía (y que ese fue uno de los motivos del asedio sufrido), y seguro que ahora hasta de la cienciología, pero en 400 metros cuadrados? en 20x20 creo que no caben...

6:11 p. m.

 
Blogger Milk said...

mmmm

vale... ninguna iglesia dista de otra mas de 400 metros...

pero eso no son 400 metros cuadrados, ¿verdad?

8:29 p. m.

 
Anonymous cubi said...

Jack superaba ampliamente los cuarenta años... diría yo. no llegó a decirnos su edad, yo creo que sí,que nos dijo que tenía unos 30 durante la guerra.

y menos mal! ahora a armarme de paciencia hasta que decidas actualizar otra vez........

10:47 p. m.

 
Blogger sr. calavera said...

hummm, posiblemente no, pero a quién le importa?

2:34 a. m.

 
Blogger Zabu said...

Este episodio concreto de la crónica, dentro de su belleza, me acaba de sumir en una insondable tristeza.

Por la guerra, por las juventudes perdidas, por la ceguera de los fanáticos, por las injusticias administrativas...

Yo también espero impaciente la siguente entrega.

1:17 a. m.

 

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