Haciendonos mayores...

domingo, septiembre 07, 2008

El contrato por la felicidad

Fuchicando entre los libros de Javi hice un terrible descubrimiento. Mi gran proyecto, aquel que pondría fin a todos los libros de autoayuda ha finalizado antes de empezar (y ni siquiera les ha puesto fin). Mi vida carece, pues, hoy de todo sentido.


Resulta que Schopenhauer, aunque nadie se lo espere de él, tiene un libro llamado “El arte de ser feliz”, que bien mirado, suena casi tan mal como mi “El contrato por la felicidad”. Es un libro en el que nos da 50 reglas gracias a las cuales conseguiremos (no dirá ser felices) sufrir lo menos posible. La regla nº 13 es mi favorita, y dice: “Cuando uno es rico, joven, apreciado y se quiere enjuiciar su felicidad, queda la pregunta de si además está contento; pero a la inversa, si uno está contento no importa si es joven, viejo, pobre o rico; es feliz. Por eso siempre que llega la alegría debemos abrirle las puertas, porque nunca llega a deshora, en lugar de tener a menudo reservas deberíamos permitirle que entre, sin ponderar primero si realmente tenemos razones para estar felices o si nos distrae de nuestras serias reflexiones y graves preocupaciones.

(...)

Si, por tanto, la alegría es el bien que sustituye a todos los demás, pero al que no puede sustituir ningún otro, deberíamos preferir la adquisición de este bien a toda otra adquisición. Ahora bien, es cierto que nada contribuye menos a la alegría que las circunstancias externas, y nada más que la salud”.


En un primer momento me abatí. ¿Cómo salvar al mundo escribiendo un libro que ya ha sido escrito? Pero leyendo con atención me di cuenta de la diferencia entre Schopenhauer y yo (además de que él odia a los optimistas y yo mataría a todos los pesimistas): él, como buen proyecto de estoico (a los que cita sin parar), cree que el objetivo no consiste en ser feliz (pues la felicidad no es real), si no en sufrir lo menos posible (pues el dolor sí es real, y eso lo notamos todos en seguida). Así que nos recomienda renunciar a las grandes euforias (que conllevan grandes pérdidas) para evitar esos consecuentes grandes abismos. Lo de siempre vaya, lo que yo nunca podré defender.


La otra diferencia me la dio Cris casi sin quererlo. “El contrato por la felicidad”, no será un libro, si no un breve formulario oficial, que repartiremos por las calles al grito de “Comprométase a ser feliz".


No seáis cobardicas.

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