Haciendonos mayores...

domingo, enero 30, 2011

Fotos de extraños



Ahora que uno lleva siempre una cámara colgada del brazo, y que no importa en absoluto el resultado de las fotografías porque total no gastas carrete, hemos llegado a un punto (o he llegado yo, más bien) en que la fotografía cansa. Cansa ver un montón de imágenes que no dicen nada.

Sin embargo, los primeros planos ejercen en mí un poder de fascinación bastante considerable. Especialmente si estás bien hechos, claro. Este viernes me he pasado horas (HORAS) viendo las 104 fotos de la serie “Shooting Portraits of Strangers” de Danny Santos.

Danny Santos es un tipo que se dedica (en su tiempo libre) a ir a la calle Orchand (en Singapur) y tratar de capturar caras bonitas y/o interesantes. Cada vez que ve una, para a la persona, le pregunta si puede sacarle una foto, le pide que no sonría y se la saca. En su blog, él, muy entrañable, comenta lo rápido que le late el corazón cada vez que tiene que abordar a un extraño, pero lo mucho que vale la pena cuando ve la foto que ha realizado.

Y es que sí, las fotos son magnificas. Hay pocas cosas más interesantes que una cara (que no sonríe). Lo de las sonrisas me recordó también a la exposición de Virxilio Vieitez (muy recomendable) en el Marco. Allí vimos fotos de los años 60 cuando alguna gente parecía aún no saber posar.

Danny Santos no quiere sonrisas porque cree que “falsifican” la realidad. En las fotos de Virxilio Vieitez, especialmente en unas hechas para el DNI, ves personas que aún no saben muy bien qué hacer ante una cámara, y que por lo tanto, no tienen poder para fingir.

Que en los años 60 ya hacía más de 100 años de las cámaras, ya lo sé, pero aún así no había ni de lejos la distribución que hubo después. Las fotos de Vieitez impresionan un montón también porque nos muestran caras toscas, con un punto animal. Aunque supongo que influye el hecho de que era un pueblo, en una época oscura –las de los años 70 muestran ya una transformación abismal-, creo que esa tosquedad viene también de no saber posar y a pesar de eso o por eso, respetar profundamente la labor del fotógrafo.


No he de decir que resultan mucho más atractivas.

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domingo, enero 23, 2011

Sofía y Lev



El año en que tuve mi fascinante clase de "Historia de las mujeres en el siglo XIX" conocí a Sofía Tolstoi, no recuerdo bien por qué. Hasta ese momento yo era fan declarada del Tolstoi moralista (aún lo soy un poco, qué le vamos a hacer) y de sus siempre truncados deseos de mejorar. Deberíamos tejer redes de amor, decía. Debería despertarme temprano y trabajar, decía. Debería intentar ser menos grosero con mi mujer, decía. Pero normalmente hacía todo lo contrario, y es díficil no sentirse identificada con eso.

Pero tras oír hablar de Sofía Tolstoi y de sus propios diarios, decidí que quería leer con mis propios ojos lo duro que es estar a la sombra de un genio. Claramente escasean los genios que son además buenas personas, eso es algo que deberíamos asumir. ¡Muchachas del mundo, casarse con un Tolstoi en un gran error!

El caso es que una vez que me hice con los diarios de Sofía decidí ir leyendo los diarios en pararalelo para sacar como conclusión que Gertrud tenía razón. Sofía no para de hablar de sus problemas con Lev (es su vida). Lev habla de los problemas con Sofía, pero sobre todo de mil temas más. Lo que más gracia me hace es que ellos se leían mutuamente (al parecer Lev más tarde tendría 3 diarios a la vez, con distintos niveles de secretismo, pero mis fuentes no son fiables), lo que les hacía tener constantes trifulcas.

Lev tenía, entre sus muchos fanatismos, la manía de la verdad. Antes de casarse, le dió a Sofia sus diarios para que supiese quién era él -le obligó a leerlos-. Así se pasó la víspera de boda, asqueada ante su vida disoluta (de la que siempre se arrepentía, eso sí). Tengamos en cuenta que ella era una chica de 18 años, decente e ingenua, así que el choque debió de ser... interesante.

Las maneras en las que Sofía trata de justificar a Lev -cuando éste es cruel- son muy significativas, del tipo yo no puedo entenderlo, porque él es un genio y yo una pobre tonta, normal que se exaspere, pero de verdad que lo intento, aunque teniendo en cuenta que él leía su diario su sinceridad siempre está en duda. No sólo leía su diario, sino que también escribía en él. En agosto de 1863, en una de sus crisis de arrepentimiento, escribe tanto en su diario como en el de ella que toda la culpa es de él, que por favor le perdone, que no le reproche y que ame al hombre bueno que a veces asoma en él. Pero después se vuelven a enfadar y él lo tacha todo, porque Lev se pasa el día criticando los defectos de su mujer (reales o inventados) aunque espera que amen a ese hombre bueno que supuestamente reside en él.

Sí, lo reconozco, le estoy cogiendo un poco de manía a Lev, que es de los que se pasan la vida hablando del bien, pero torturando a los que tienen alrededor (de múltiples maneras: siendo cruel con ella, obligándola a amamantar aunque tuviese problemas físicos para hacerlo, pasando de ella mil cuando se deprimía porque había muerto uno de los 13 hijos que tuvo porque Lev estaba contra los anticonceptivos, queriendo repartir la herencia entre los campesinos de su finca o negándose a dejarla entrar en su lecho de muerte). Lo peor de todo es el grado de paternalismo con el que habla sobre las opiniones de ella: ella no puede saber, ella es una pobre egoísta, ella ignora lo duro que es ser un genio.

Ah no no Lev. No deberías haber dejado que nadie supiera cómo eras tú.

Yo, por mi parte, intentaré dejar de meterme en la vida de los autores que me gustan.

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domingo, enero 16, 2011

¿Alguna vez habéis lamido una pila?




Este año recibí un mail de esos de cadena, en el que hablaban de todas las cosas salvajes que nosotros hacíamos de jóvenes y que los niños de ahora (pobres tontos) no hacen, tipo dormir tumbado en el coche, jugar en la calle o trepar un árbol sin que ningún adulto ponga sus dos bracitos debajo a modo de red.

En la misma línea, he visto un libro (salió hace más de un año, pero bueno...) que tiene el hiperatractivo título de “Cincuenta cosas peligrosas que deberías dejar hacer a tus hijos” –hay página web y todo-. Aunque yo tengo mis reservas sobre que los niños de ahora sean tan aburridos como nos quieren hacer creer (al fin y al cabo las cosas más emocionantes ya las hacíamos a espaldas de nuestros padres, y los crios siguen llenándonos de preocupaciones con cortes, caídas y accidentes varios), estoy bastante de acuerdo en que los padres tienden a creer que son mucho más débiles de lo que son, o que hay que protegerles de muchas más cosas de las que hay que protegerles en realidad (como la noticia aquella de un niño al que no dejaban ni ir solo al baño por si se lastimaba).

Pero a lo que iba, el libro propone 50 cosas que pondrían a los padres de los nervios, pero que resultan muy educativas para los más pequeños. ¿Por ejemplo? Lamer una pila de bajo voltaje y sentir un ligero shock eléctrico, pegar dos dedos con superglue, conducir un coche (aunque advierto de que mis intentos juveniles me dejaron bastante traumatizada), chamuscar algo –que no sea un ser vivo- con una lupa, jugar con un tirachinas, sumergirse en un contenedor... volver a hacer de la vida un lugar excitante.

Y sobre todo, no crear adultos que tengan miedo de encender una hoguera o de manejar un martillo.

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domingo, enero 09, 2011

¿Qué quieres hacer antes de morir?



Before I die, I want to es un proyecto que consiste en hacer fotos polaroid de personas que escriben en esa misma foto qué es lo que quieren hacer antes de morir. Eso nos permite a los demas recordar cómo funciona la pirámide aquella de Maslow y por qué en la India hay mucha más gente que lo que quiere hacer antes de morir es tener una casa y en Estados Unidos hay mucha más gente que sueña con escalar el Everest o vivir en el Polo Sur.

También nos permite conjeturar acerca de cada "personaje". Yo leí alguna vez que lo que más definía a un hombre eran sus sueños (aunque "los sueños" me resultan una entelequia demasiado cursi). Estoy de acuerdo con que lo que queremos es mucho más significativo que lo que somos -aunque lo que somos sea mucho más verdad que lo que queremos-. Si me preguntaran qué quiero hacer antes de morir, me temo que diría la más recurrida (buscadla). Pero resultan mucho más divertidas las originales/concretas, tipo: aprender a bailar, ver a mi hijo convertirse en padre, tener una tiendas de bicis...

El proyecto este está inspirado por la muerte de las Polaroid (ahora resurrección) y por un mecanismo psicológico que hace que cuando los suicidas te dicen que esperarán a que venga el psicólogo antes de matarse, lo hagan. Decir qué quieres hacer antes de morir es, de alguna manera, un compromiso con la vida, pues esperas algo de ella.

Me recordó también a una peli canadiense de la que os hablé largo y tendido -o al menos pensé en hacerlo-, en la que una tipa en crisis iba por la ciudad preguntándole a la gente qué era la felicidad (y averiguabas que la gente respondía cosas tan estúpidas como "que me asciendan en el trabajo"). Descubrías, de paso, que había gente que no parecía tener claro nisiquiera el concepto. La prota sí, la prota lo tenía muy claro. La felicidad era un amor incondicional.

Es una buena respuesta también a qué quieres hacer (tener) antes de morir. Una buena respuesta para comprometerse con la vida.

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sábado, enero 01, 2011

Propósito número 1



Es el momento de concretar los propósitos de Nuevo Año y hemos garabateado (la certera mano de T.) en un folio los símbolos de todos los cambios que deben acontecer. No lo hemos hecho demasiado bien porque una de las reglas básicas es que no se deben escribir más de 3 propósitos –ya se sabe, lo que se gana en extensión, se pierde en intensidad-. Pero el entusiasmo de siempre nos hace creer que planificar una cosa lleva irremediablemente a su realización.

Aún así, entre los símbolos podéis encontrar un ordenador que responde a mi intención de abandonar mis dispersiones digitales y de retomar el blog. Mojarse es importante, porque cuanto más específico sea tu propósito y delante de más gente lo hayas publicado, más obligado te sentirás a cumplirlo (todo es una cuestión de honor).

Así que ahí va: voy a publicar una vez a la semana, aunque no tenga nada que decir. Haré uno de esos estúpidos ejercicios en los que uno se inspira en la falta de inspiración. Aceptaré mi reducido genio pero nunca una reducida voluntad.

Queda dicho. A los cuatros vientos.

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