La vida bella
Ante unos ojos desproporcionadamente abiertos y una cabeza que iba a empezar a girar, Ana me tuvo que preguntar qué esperaba ¿Qué tipo de gente crees que se pasa toda la tarde en la biblioteca?
Estudiantes, jubilados y raros en general, básicamente. Creo que Mark Twain decía (y si no lo decía otra persona) que un intelectual era un tipo que iba a la biblioteca incluso cuando brillaba el sol.
No parece el caso. Casi llueve. Y en la biblioteca del barrio está el señor que siempre se duerme y ronca, y las personas que viene por primera vez se sobresaltan, se escandalizan y se rien. Está el que anota religiosamente todas las subidas y las bajadas de la bolsa, aunque yo sé que a él ni le va ni le viene, y también hace preguntas sobre telefonía. Esta la señora que grita cuando alguien se sienta detrás de ella. La madre que va con su hija a que haga los deberes.
Prefiero las bibliotecas de las universidades, donde nadie parece interesante. Ayer un hombre de unos 75 años escribía diligentemente un mail. Yo, por supuesto, no podía dejar de mirar la pantalla y entrecerrar los ojos a ver si conseguía distinguir las letras. Antes, otro jubilado, había estado mirando al menos quince minutos un redondel con tres triángulos dentro (mientras yo me felicitaba por aún distinguir isósceles, escaleno y equilatero).
Todo el mundo parece que tiene algo dentro y eso me llena de alegría. De esa que según las señoras que vinieron a captarme ayer se siente al leer ciertos pasajes de la Biblia.