Haciendonos mayores...

miércoles, diciembre 20, 2006

La vida bella

Ante unos ojos desproporcionadamente abiertos y una cabeza que iba a empezar a girar, Ana me tuvo que preguntar qué esperaba ¿Qué tipo de gente crees que se pasa toda la tarde en la biblioteca?

Estudiantes, jubilados y raros en general, básicamente. Creo que Mark Twain decía (y si no lo decía otra persona) que un intelectual era un tipo que iba a la biblioteca incluso cuando brillaba el sol.

No parece el caso. Casi llueve. Y en la biblioteca del barrio está el señor que siempre se duerme y ronca, y las personas que viene por primera vez se sobresaltan, se escandalizan y se rien. Está el que anota religiosamente todas las subidas y las bajadas de la bolsa, aunque yo sé que a él ni le va ni le viene, y también hace preguntas sobre telefonía. Esta la señora que grita cuando alguien se sienta detrás de ella. La madre que va con su hija a que haga los deberes.

Prefiero las bibliotecas de las universidades, donde nadie parece interesante. Ayer un hombre de unos 75 años escribía diligentemente un mail. Yo, por supuesto, no podía dejar de mirar la pantalla y entrecerrar los ojos a ver si conseguía distinguir las letras. Antes, otro jubilado, había estado mirando al menos quince minutos un redondel con tres triángulos dentro (mientras yo me felicitaba por aún distinguir isósceles, escaleno y equilatero).

Todo el mundo parece que tiene algo dentro y eso me llena de alegría. De esa que según las señoras que vinieron a captarme ayer se siente al leer ciertos pasajes de la Biblia.

martes, diciembre 12, 2006

Entre el altruismo y el egoísmo

"Un reportaje de ese programa informaba de un experimento para medir el punto en que el egoísmo sustituye al altruismo. Así expresado, sonaba casi respetable; pero a Franklin le había repugnado el experimento. Los investigadores habían cogido a una mona que había parido recientemente y la habían puesto en una jaula especial. La madre amamantaba y aseaba a su criatura de una forma que probablemente no difería demasiado de las esposas de los experimentadores. Luego le dieron a un interruptor y empezaron a calentar el suelo de metal de la jaula. Al principio la mona se puso a saltar de acá para allá debido al malestar, luego chillón mucho, después se dedicó a apoyarse alternativamente en una pata y en la otra, siempre sosteniendo a la criatura en brazos. El suelo estaba cada vez más caliente y el dolor del animal era más evidente. Llegó un momento en que el calor del suelo se volvió insoportable y la mona tuvo que enfrentarse a una elección, como decían los experimentadores, entre el altruismo y el egoísmo. Tenía que elegir entre un dolor intenso y tal vez la muerte con el fin de proteger a su hijo o poner a la criatura en el suelo y subirse encima de ella para librarse del daño. En todos los casos, antés o después, el egoísmo había triunfado sobre el altruismo."

Una historia del mundo en diez capitulos y medio, Julian Barnes.