Haciendonos mayores...

sábado, febrero 20, 2010

¿Quiero hormigas sobre mi cabeza?

¿Dónde está el verdadero espíritu de los Carnavales? (y no, no busco respuestas que me hablen de la necesidad de transformación y trangresión de las masas que, hartas de su vida, investigan una nueva identidad, ni mucho menos que me expliquen el festín carnal antes de Cuaresma).

El fin de semana pasado fui a Xinzo y sentí cierta envidia, porque en Vigo cada año hay menos ambiente, y allí me dijeron las malas lenguas que te perseguían si no te disfrazabas. Evidentemente, era una exageración, pero me conectó con las costumbres bárbaras y las tradiciones que nos explicaban año tras año en clase de gallego: domingo fareleiro, xoves de compadres, xoves de comadres y domingo de Entroido. Pantallas, peliqueiros, cigarróns y hasta merdeiros que al parecer, eran los que nos tocaban a los de Vigo, aunque yo nunca tuve el placer de encontrármelos.

Y sobre todo la tradición de las hormigas que me parecía el colmo del horror. Vale, disfrazarse es entretenido, bailar es divertido, aguantar bromas es abordable pero jugar con hormigas... Y nos ponían videos de gente corriendo y los peliqueiros detrás, enormes como monstruos, con montones de hormigas rojas, que son más peligrosas que las negras porque muerden (ahí mi imaginación se desbocaba un poco). Era algo que yo no quería vivir, pero que me fascinaba. Primitivos. Bromeando a través de insectos. ¡Oh! La diversión real era algo que yo –gracias a dios- ignoraba. ¡Qué excitada angustia!

Como a Xinzo fui de noche, ni siquiera vi sus famosas pantallas. Lo más popular que había eran unos pasacalles con música a los que los ateridos presentes seguíamos como zombies –zombies bailarines, eso sí-. El carnaval era una excusa más para emborracharse, pero bueno, en eso consistieron siempre las fiestas de los pueblos. Y era deprimente observar a la gente tan pasada, pero al menos, veías a abuelos, padres, nietos, con los disfraces, te enorgullecías de la originalidad ajena y te sentías parte de esa humanidad, que por una vez, está haciendo exactamente lo mismo que tú.

En Ourense fuimos a una tienda de disfraces donde había un tipo de seguridad regulando la entrada para que no se sobrepasase el aforo máximo. Te daban un folleto con un mapita del local para que encontrases rápido el disfraz deseado. La cola era de unas 30 personas. Y dentro había todo lo que se pueda buscar. Un amigo de mi prima nos explicó que en esa provincia se viven de verdad los carnavales. Que uno de su banco, iba vestido de mujer a trabajar y atendía así a los clientes. Ese es el espíritu que quiero para cada uno de nosotros.

Y no olvidéis nunca que quien se niega a disfrazarse es porque no sabe disfrutar –a un nivel muy básico- de la vida. Yo confieso, por ejemplo, que no soy capaz de disfrutar con las películas de miedo. O con las bromas de mal gusto. Pero no me enorgullezco de mis taras.

En realidad es todo lo que os pido.

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