Haciendonos mayores...

sábado, marzo 24, 2007

El día tiene 16 horas

Hace poco leí que las horas de sueño dependían de tus ciclos nocturnos (sí, estoy mintiendosimplificando de nuevo). El caso es que cada persona tenía dos ciclos. Si ambos eran largos, buf, sería uno de esos que con menos de 8 horas está muerto. Si tenía uno largo y uno corto, necesitaría 6-7 horas. Y sí tenía los dos cortos...¡si tiene los dos cortos! será uno de esos seres privilegiados por el destino, como el de aquella entrevista que había leido, que trabajaba, estudiaba, llegó a ser un hombre de bien (era una entrevista en el dominical de El País), y explicaba que claro, que él nunca necesito dormir más de 4 horas.

¿Os imagináis lo que es eso? Una ventaja inalcanzable. Mejor que ser guapo, o listo, porque tienes el tiempo de tu lado. Que es como tener a dios, en cierto modo. ¿no?. ¿Os imagináis? Viviendo 20 horas al día... Aunque si los sueños son más emocionantes que la vigilia... el otro día soñé que mataba a dos personas... y entonces después, al despertar, me acordé de un libro que había leido, de uno de esos anacrónicos surrealistas, que decía (bueno, no lo decía, por dios, ¡lo mostraba!) que como saber si la vida de verdad no es la otra. La incoherente. La apasionante.

Y eso es como la imaginación, y como los adolescentes que se encierran en su cuarto, y vayamos más lejos aún, como la gente que ve la televisión. Porque ninguno de esos quieren vivir ¿no? Es tan dulce el deslizamiento, y pensar en ese episodio de Lost que aún no viste, y que pereza salir de casa, y que pereza reflexionar, yo todo lo que quiero es vivir OTRA vida...

También lo decía Guy Debord sobre "La sociedad del espectáculo", que el cine nos hacía olvidarnos un poco de lo que no éramos. Pero el arte es todo lo contrario, eso creo. La lucidez extrema.

viernes, marzo 09, 2007

Epopeya

Enkidu se despierta y mira alrededor. Somnoliento, aún terroso, acierta a identificar algunos compañeros. Bebe con ellos en el estanque. Lobos, elefantes y hienas le consideran uno de los suyos. Así pasa un día, diez días, cien días. En paz.

En algún momento aparece una mujer, extiende su manto, se acuesta bajo él. Durante seis días y siete noches, ella lo civiliza. El acto sexual humaniza de tal modo a Enkidu que las bestias con las que había convivido hasta ese momento no le reconocen ya. Ella le explica que debe ir a la ciudad. Él emprende el camino, bebe cerveza, come pan, ríe. Es feliz.

En la ciudad le espera el joven rey, Gilgamés, idéntico a él . Enkidu busca un amigo. Se conocen, se aprecian. Enkidu, ya completamente juicioso, trata de refrenar los impulsos del rey, al que le divierte pelear con los hombres y violar a las mujeres.

La diosa del amor trata de seducir al monarca, que la rechaza. Enkidu y Gilgames deben luchar contra el toro sobrenatural que ella les envía para desquitarse. Parece imposible, pero ganan. Enkidu, exorbitado por la euforia, arranca los testículos del toro y en proyectil, estos van a parar sobre la diosa.

Enkidu debe morir. Enkidu enferma humillantemente y fin.

Enkidu ignora que a él sólo lo crearon para ser la sombra. Para que su muerte le enseñara algo a Gilgamés.