Haciendonos mayores...

domingo, julio 12, 2009

Las listas eternas

¿Recordáis cómo leíamos de pequeños? Leíamos siempre que nos apetecía, disfrutábamos de cada página, sin pausa, pero sin prisa. No pensábamos en lo que vendría después, no pensábamos en lo que podríamos estar haciendo y no hacíamos (por otro lado, el tiempo era sólo para gastar y leer formaba parte del placer, no del provecho).

Yo me acuerdo de cuando yo era pequeña. Iba cada sábado a la biblioteca del Mercantil y allí cogía un libro, o dos, que leía esa semana. Me recuerdo en el suelo de la biblioteca, eligiendo cuidadosamente mi libro entre el batiburrillo de los tres cajones, pero sabiendo que el que dejaba esa semana, estaría disponible la próxima. De vez en cuando iba al Corte Inglés y me pasaba horas ojeando libros hasta que, nerviosa por si me echaban, escogía uno y me lo llevaba a casa. Para mí, no había más libros que los que yo podía leer. Ese era mi universo y era explorable. No había libros esperando nerviosos en la mesilla. Aún no me había perdido la avidez.

Ahora, en la playa, sin Internet, a veces creo que puedo volver a lo que era antes. Coger un libro entre todos los que podría leer y fijarme en él como si fuera el único que en esos momentos podría estar bajo mis ojos. Pero nos hemos viciado. Hasta para esto.

Escoger un libro, ahora, es negarles a todos los demás su oportunidad. Es culpabilidad, porque el tiempo de lectura, por desgracia, ya no es tiempo de relleno. Hemos descubierto que es muy importante en nuestra vida, y lo importante es mejor hacerlo bien. Y hay tantos libros que deseamos, hay tantos, que es imposible conformarse con uno. Ni siquiera un par de semanas. Porque mientras pasamos las páginas, alguna que otra distraídamente, no podemos dejar de pensar en el siguiente. Lo queremos ya. Lo queremos ahora. No podemos estar entregando nuestro tiempo a A cuando B aguarda en la recámara. Y lo que es peor, sabemos, estamos seguros, que nunca completaremos nuestra lista. Que nuestra labor, titánica, crece cada día, cuando llega a nuestros oídos la existencia de libros que hasta ese momento ignorábamos, pero ahora precisamos.

Porque a veces, reconozcámoslo, a veces vamos a una librería y vemos libros. Libros que estaban en esa lista, que como no está escrita, siempre se desdibuja en la memoria, o incluso libros que no. No es su turno, pero los necesitamos. Creemos (ingenuos) que esos libros sí conseguirán tapar la angustia. Así que los compramos y los apilamos en la mesilla, esperando ansiosos el momento de abrirlos y ajenos al hecho de que entonces nos hallaremos incapaces de disfrutarlos, porque ya no somos quienes de valorar lo que sí tenemos entre manos.

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