Romería
Tras un par de días de procesiones no puedo evitar reflexionar que estamos perdiendo algo. Nosotros, los jóvenes modernos.
Fue todo de lo más festivo. La figurita de San Roque cabalgando camino de la Virgen del Rosario. Las reverencias. Era como una actuación de marionetas, eso pensé en ese momento. Y me reí un poquito, no entendía porque la gente estaba tan seria. A mí me asusta un poco que la gente se descalce, o que se apretujen por tocar la talla. Me asusto, pero sé que son los mínimos. La mayoría de las personas mayores da la sensación de que tienen la religión perfectamente integrada en su vida. De forma saludable. Una forma que les permite hablar de que la virgen y el santo se acuestan juntos, ya sabéis.
Creo que la religión católica es eminenentemente comunitaria. Me diréis que todas las religiones, pero no es cierto. Los protestantes leen más pero se quieren menos. Los católicos necesitan reunirse más. No es que controle mucho el tema, pero esa es la impresión que tengo, me parece algo positivo. Se busca a la gente.
Es como los barrios. Ahora no sé como ocurre en los barrios propiamente dicho, pero yo no me puedo imaginar viniendo dentro de veinte años a las fiestas de mi zona (que no hay) y que se me humedezcan los ojos. Y no es que no enraice, que lo hago. Pero en las cosas, no en los demás. Sé todos los inconvenientes de la vida en pueblo, que muchas veces oprime, pero no entiendo esta santificación de la soledad. Porque ahora estamos mucho más solos. Y no creo que sea mucho más real. Nos movemos y creemos que elegimos. Pero hemos elegido la independencia frente a la amistad.
Me diréis que no hay amistad sin independencia. Pero es porque no me queréis entender.