Haciendonos mayores...

viernes, noviembre 30, 2007

Ciudades y desarraigos

Apuntes de mi asignatura favorita (favorita porque lo único que hacemos es hablar de mí, ay dios mío, creo que sólo consigo apasionarme por las cosas si cumplen esa premisa):
“Georg Simmel – lo que resumen flâneurs, boh y dandys es el problema de la identidad y cuando trata de explicar la modernidad en realidad describe un proceso que describe como Tragedia de la Cultura (familiar a la tragedia del desarrollo). Avance científico acompañado huellas de ese progreso. Contradicción que sigue siglo XX- s. XX urbano- las ciudades permiten al individuo un mayor crecimiento personal. Pero, sin embargo, esa oportunidad inédita viene acompañada siempre por la sensación del sujeto moderno de Desarraigo. Se ha creado 1 cultura objetiva- proceso arrollador (dsd pto vista industrial) q desintegra al sujeto que tiene + oportunidades. Incapacidad del sujeto de aprovechar oportunidades debido al arroyo. ¿Cómo puede preservar su identidad de esa atomización arrolladora? solución- respuesta intelectualizada desde la frialdad y la inhibición (el aislamiento).”

Conclusiones sobre mayúsculas reveladoras y clases que echaré de menos.

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jueves, noviembre 22, 2007

Dublín (domingo)

El domingo visitamos toda la parte sur de la ciudad y me doy cuenta de que no había razón para agobiarse. Dublín es encantadoramente (y limitadamente también) abarcable. Voy al Trinity College y empiezan a asomarse imágenes a mis ojos. Mi cerebro empieza a ser consciente de que sí, ya había estado por aquí. Veo una iglesia que por bonita-medieval parece de cartón piedra. Veo la catedral. Veo a Molly Malone. Veo el parque de St Stephen's Green. Empieza a llover.

Comemos (pienso una vez más en lo asquerosamente caro que es Dublín, pero P me explica cual es el sueldo mínimo y entonces entiendo a la gente que va a trabajar allí pero no a los que la escogemos como destino de vacaciones). Después de comer entramos en el Temple Bar y tomamos una cerveza a las tres de la tarde. Pero no debe de ser algo raro porque allí hay un concierto y gente borracha. Es un pub, qué demonios.

Después subimos ya al aeropuerto peor diseñado del mundo (o de los que yo conozco, al menos). Tras recorrérmelo llego a mi embarque que se hace a través de una puerta que da a la pista. Y por allí correteamos los intrépidos viajeros bajo el diluvio universal buscando las escaleras de nuestro avión. Esperamos calándonos bien mientras la gente se va acomodando. Imposible dormir con ese nivel de agua impregnado en la ropa.

Vuelo de vuelta rumbo a la rutina, a ese mundo real donde la vida ya no consiste en irse de vacaciones cada fin de semana.

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Dublín (sábado)

El sábado madrugamos y vamos al Museo de los Escritores Irlandeses que no es mucho un museo. Son dos habitaciones con paneles informativos, pero bueno, hay audioguía en español y así uno aprende algo. Cuanta gente irlandesa hay, por ejemplo. Como los polacos y los suizos, los irlandeses no saben venderse. Vale, todos nos sabemos a Wilde y a Joyce, pero nos olvidamos a menudo de que Swift o Bram Stocker también son de allí. El más adorable, no obstante, me parece uno que no conozco. Un tal Goharty (probablemente no sea Goharty) que ante los recortes de la implacable censura (ya se sabe cuán mojigatos eran estos irlandeses) decidió ir a una librería y rellenar todos los ejemplares a mano.

Salimos de allí y buscamos un café, pero en Dublín eso no se lleva, allí se llevan los pubs. Compramos magdalenas en una tienda pero resulta que tienen mermeladas extrañas dentro y me pongo un poco triste. Me pongo más contenta porque nos hemos alejado del centro pero hemos llegado a una zona más bonita, y después a calles con árboles y casas tan típicamente irlandesas (y encima llovizna) que uno se siente en inmersión total. P, además, tiene mp3, así que escuchamos música y me acuerdo mucho de mi amiga R, que estaría encantada de estar conmigo escuchando tanta canción de Eurovisión y hasta una (pero no de Eurovisión) en eslovaco!

Llegamos al Parque urbano más grande de Europa (ahí queda eso) y es realmente estupendo. Además tiene un montón de ardillas y gente paseando en bicicleta. Todo deja de ser perfecto cuando empieza a diluviar. Nos refugiamos en una cosa extraña y amplia diseñada (supongo) para resguardarse de tanta inclemencia meteorológica y esperamos esperamos esperamos, pero no deja de llover. Así que corremos a por un autobús y nos mojamos. Y nos pasamos el resto de la tarde bajo un techo (y yo me siento terriblemente culpable de no estar aprovechando la ciudad) secándonos. Reflexiono un poco sobre lo fantástico que es conocer a la gente desde hace tantos años y poder hacer repasos conjuntos y lo terrible que es que cada vez haya menos posibilidad de hacer repasos conjuntos porque ya nunca estamos con nuestros amigos el suficiente tiempo, pero bah, ya lo dije el otro día, lo importante de la vida errante son los reencuentros y que como me dijo un canadiense que había vivido en los cinco continentes: "Lo que pierdo en cuanto a la calidad de mis relaciones con los demás, lo gano es calidad de relación conmigo mismo" (¿?¿?¿?) En fin.

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martes, noviembre 20, 2007

Dublín (viernes)

Salgo del aeropuerto de Barcelona y luce brillante el sol de la mañana y el cielo está muy azul y los Pirineos muy puntiagudos y algo nevados. No hay una sola nube debajo de mí y observo entusiasmada como se acaban las montañitas (de repente) y entramos en una Francia verde y llena de cuadradas parcelas cultivadas. Se acaba Francia y llegamos al mar, al canal de la Mancha (intuyo) y allí de repente algodón. Algodón, y algodón, y más algodón y sólo se ve una pared de algodón que empieza, justo enfrente. Me acerco a Irlanda, pienso, y efectivamente, ya no volveré a ver tierra bajo mi avión, y en pleno descenso nos introducimos entre el algodón y estamos un buen rato sumergidos en ese océano de algodón sucio y es lo más parecido a una experiencia mística que os podáis imaginar.

Ya en el aeropuerto constato que hace mucho calor (mucho calor son más grados que en Barcelona, en ningún caso camiseta de manga corta, of course) y constato también que soy un poco imbécil. Me he olvidado del pin de mi nueva tarjeta del móvil y por lo tanto no tengo el teléfono de mi amigo P., así que me pongo algo nerviosa y pienso que voy a tener que buscarle por toda la ciudad (fantaseo con todas las cosas emocionantes que me pasarán mientras tanto –lo he visto en las películas, una no olvida algo sin una razón). Sin embargo, opto por acudir a Internet para que me salve y consigo así el número de teléfono (que estaba bien guardadito en un mail). Me voy a conocer la ciudad y reconozco la luz. Sí.

Hace siete años estuve en Dublín, pero apenas recuerdo nada. Por eso tuve que volver después de ver un documental en la tele y pensar: ¿Pero yo pasé un mes entero en esa ciudad? Sólo recuerdo (aba) la extraña luz entre las nubes, el puerto de ¿Dun Laoghaire? y la estatua de Molly Mallone (que no es una pescantina real, sino una mera invención musical).

Camino por las calles dublinesas y advierto que hay dos calles, tres como mucho. Si te sales de ellas todo está desierto. Se concentran todos los habitantes en poco espacio para que parezca que tienen mucho ambiente (y lo consiguen). Veo un puente, otro puente, otro puente, una iglesia, otra iglesia, un parquecillo cerrado y una calle muy comercial.

A las cinco quedé con P. , así que le espero en el Spike donde se conciertan todas las citas de la ciudad (o eso me parece a mi rodeada de gente en actitud expectante). Me entretengo mucho con el inglés de un chico de Jerez cuyo nivel es el medio español. Me siento profundamente identificada antes de advertir que él no parece tonto exclusivamente por el idioma. Habla con un compatriota y un chico italiano de que en España no sabemos inglés porque nos doblan todas las películas y de que Jerez no es racista. Habla de un amigo suyo marroquí y de que España fue el año pasado el segundo país en recepción de inmigrantes. El italiano se va y el chico exclama: ¡Menos mal que se fue y puedo hablar de una vez en español! En español no me divierte, así que agradezco que llegue mi amigo y de que me informe de que Dublín es una gran ciudad, y de que no le importaría nada vivir allí una temporada (y es la segunda persona que me dice eso este mes).

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viernes, noviembre 16, 2007

Viernes en Berlín

Finalmente hay días en que peor que el frío es la lluvia. Y uno sale de casa dispuesto a todo, tempranito y feliz. Y Ca y Cr llegan al mercadillo turco y compras cremalleras, pendientes y bufandas. Y es fantástico el río que se ve detrás y todo ese colorido. Y muy animadas se dirigen a comprar entradas para la música mística y entonces empieza a llover. Y Cr, que por una vez está preparada, da gracias a dios por sus botas de montaña, pero aún así no es cómodo turistear. Ven pececitos y corren a la catedral. Se hacen rápido una foto con orondas esculturas de Botero. Maldicen otro poco.

Es hora de comer pero el agua les impide discernir con claridad. Entran en un italiano y comen. Después quedan con M, porque le habían prometido a C un paseo en bicicleta, pero no hay paseo y buscan un guía peatón que ha decidido huir del frío. Un poco de puerta de Brandenburgo, un poco de plaza de nosequé y se resguardan en un centro comercial y hablan de la enfermedad de irse y no querer volver, de irse y no importa a donde, de irse y por qué, de irse y no enraizar, de irse y ser feliz, en definitiva.

También ven una tienda con adorables patitos de goma vestidos de aviadores, de cupido, de maruja, de enfermera y infernales pato-mono o pato-jirafa. Ven un mercado navideño que M dice que la última vez estaba repleto. Los alemanes también pasan frío.

Después van a cenar. Comen mucho y está muy rico. Es un sitio muy bonito y se está tan a gusto. Y acaban de cenar y se va vaciando el lugar. Pero Ca y M y Cr se quedan y hablan del bien, del mal, de chicos, del miedo, de la coherencia, y no se quieren ir porque es fantástico estar sólo, es fantástico conocer otros lugares, es fantástico cambiar y cambiar, pero paradójicamente, lo mejor de la vida del apátrida son los reencuentros.

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jueves, noviembre 15, 2007

Domingo en Berlín

Otros días da igual que haga frío porque uno ya está cansado que no diferencia dolores. Suena y suena el despertador, y Cr, Ca, y M refunfuñan. Se tienen que levantar rápido pero no acaban de conseguirlo.

Se dirigen a la Berlinchiner galerie. Allí hay una obra en la que participó Ca, así que están muy emocionadas. Llegan y no es para menos. La exposición va sobre la movilidad en la vida moderna, eso que conocemos tan bien y sobre lo que hablamos hace un par de días. La enfermedad. Las obras son muy conceptuales y por eso a Ca le gusta el arte contemporáneo porque dice cosas y hay que pensar. M se encuentra de nuevo en éxtasis y Cr un poco también, aunque se lo tienen que traducir todo. La mejor obra es la de Miguel Rothschild, en la que participó Ca. Aunque hay otro par que se llevan nuestras alabanzas. Al salir, vemos un catalogo de Rothschild, que se dedica durante todos sus viajes a fotografiar la palabra paraíso allí donde la encuentra. Les gusta la idea.

Salen y nieva un poco de nuevo. Llegan a la sinagoga, pero es más bonita por fuera que por dentro, así que se van a comer. Al Shanti, que tanto les gustó, pero de buffet, que nos les gusta tanto. Prueban algo de textura extraño y se asustan al comprobar que es lo único que no lleva nombre. Para compensarse se toman arroz con leche de postre (o algo que se le parece).

Vuelven a casa muy contentas porque tienen una hora entera para descansar. Y porque además Cr ya se va en unas horas y se quedarán tranquilas. Pero después se ponen tristes porque Cr ya se va en unas horas y tardarán en volverla a ver. Ca y Cr hablan expulsadas en el pasillo sobre berlín y sobre el futuro y gracias a dios Ma las salva para reintroducirlas en la habitación. Suena el teléfono gracias a una página fantástica que se llama Peter nosequé (pedro número) y que permite llamar gratis a España y Ca les grita entusiasmada y nerviosa a sus compañeras que es Peter. Pero pierde la llamada y deben esperar. Cuando al final lo consiguen, suena el telefono en casa de S en Teis. Unidas por hilo telefónico hablan un rato de esto y aquello, se ponen al día.

Es el momento de ir al aeropuerto. Allí hay que facturar y después (después es acto seguido) hacer cola para entrar en la zona de embarque. La cola no se mueve. Pasan los minutos y el avión se retrasa. Al parecer están haciendo muy exhaustivos exámenes de las bolsas de mano. Cr se pone nerviosa, ay, que no le quiten sus galletas chocolateadas y sus navideños y trigales árboles. Finalmente va a ser su turno y M y Ca se van, que pena, que pena, muchas gracias por todo, lo he pasado en grande.

Cr se queda sóla ante el peligro. Antes que ella una chica lleva una lámpara circular. A la chica le gusta mucho su lámpara pero su lámparo no cabe por el detector y no saben que hacer con ella. Un chico hace un comentario sardónico sobre que a quien se le ocurre venir a Berlin a comprarse una lámpara, que si no hay souvenires más pequeño, y otro chico se sonrie por respuesta. Cr piensa en lo estúpida que es la gente y pierde su paz interior y odia a esos que juzgan a las victimas en vez de reflexionar sobre lo humillante de que te hagan descalzarte para entrar en el avión, o que no te dejen subir pinzas de depilar y que a un fortachón le dejen entrar con sus brazos, obviamente mucho más útiles a la hora de asesinar a alguien. Cr que ya está de mal humor reflexiona sobre que sí que hay un carácter típicamente catalán y que consiste justamente en eso, pero ruega que la perdonéis.

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miércoles, noviembre 14, 2007

Jueves en Berlín

Otros días no hace tanto frío y M y Ca se encaminan muy contentas al aeropuerto. Esperan a alguien. En realidad las esperan a ellas y en una terminal perdida de Tegel, blandiendo su cartel de wielkommen se reencuentran en un caluroso abrazo con su amiga Cr, no sin olvidarse de los que también deberían estar en ese aeropuerto y decidieron ponerse enfermos o trabajar.

Cr coge su bolsa y espera encaminarse a una casa donde dejarla. Pero esos no son los planes, no, la llevan a otro sitio. Pero le permiten parar por el camino para comer un kebab y beber un poco de agua y reflexionar sobre la suerte de que exista el agua sin gas de verdad y no esa agua tuve gas y me lo quitaron característico de Centroeuropa (¿Alemania es Centroeuropa?). Y después la llevan a un bar fantástico con música fantástica y la sientan allí. Y empiezan a sacar cosas: galletas chocolateadas y especiadas, navideños árboles para decorar, un ovni giratorio y unos maravillosos patos de hojalata! Un chico brasileño le pregunta a Cr si es su cumpleaños y Cr sabe que nunca le han dado un tan buen recibimiento (con perdón a otros que la hayáis recibido) pero lo mejor aún está por llegar: un planning detallado paso a paso para sacarle el mayor provecho posible a Berlín! Cr casi se emociona porque pocas cosas le entusiasman más que una buena organización. M habla en alemán con un señor sobre bares, así que Ca y Cr visitan el edificio adyacente, una otrora casa okupa ocupada ahora por obras de artistillas. Hay que subir muchas escaleras pero hay dibujitos a los lados. Y hay cosas bonitas a veces y otras veces cosas horribles. (Como la vida, jeje).

Se encaminan a coger algún medio de transporte y es complicado, pero no hace frío. Y Cr vestida a lo barcelonés se sorprende de no tener frío. Llega a casa de Ca y se duerme ipsofacto allá en el techo.

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martes, noviembre 13, 2007

Sábado en Berlín (2)

Después sacan la lista y se dan cuenta de que son las cinco y no han hecho ni la mitad de las cosas apuntadas en la mejor lista del mundo, la más organizada, la más reflexionada. Deciden borrar esto y aquello para quedarse más tranquilas. Van a una iglesia que está cerrada y deciden que es el momento de que M se duche. Camino a su casa está muy oscuro y hace mucho frío y no paran de tropezar y maldicen la no-contaminación lumínica , pero pueden mirar las estrellas. M se ducha y corren después en pos del metro (S75?) y lo cogen y llegan a la catedral. Dan sus entradas y se sientan y esperan. Se escucha algo a un lado. M está en éxtasis pero Cr reflexiona sobre que ella para poder tener una de esas emportaciones necesita que la música esté más alta. Se angustia, acto seguido, preguntándose si habrá perdido ya la capacidad de estar tranquila disfrutando de los sonidos bajos, si la ciudad ya la habrá convertido en un monstruo, pero después los cinco cantores se acercan y más después todavía suena el órgano: intenso y lúgubre, justo lo que a ella le gusta. Pasado un rato M se percata de que todas las parejas están muy abrazadas (puede que demasiado para una iglesia) y se pregunta si la música mística tiene un nosequé romántico que no alcanza a comprender. Se lo pregunta a Cr que sí lo entiende pero no quiere decir nada cursi y se calla. Por otro lado Ca no acaba de descifrar por qué tanta gente tiene los brazos sobre el respaldo del banco precedente y la cabeza metidita entre los brazos y se lo pregunta a Cr, que sospecha que están dormidos.

Al salir hace frío, demasiado frío, muchísimo frío, infernal frío. Dan vueltas en busca de un bar de músicas balcánicas, pero cuando lo encuentran no entran porque les da demasiada impresión pagar y cogen un metro o dos en busca de un castillo. Al llegar a la zona del castillo deciden comer pero nada parece apetecible y se meten en una casetita con un horno-dios-fuego, sofás, pipas de agua y gotitas cayendo del techo debido a la condensación. Allí comen algo que no son capaces de recordar pero que en todo caso tenían demasiada salsa y demasiada poca calidad. Deciden aventurarse en la noche y buscando el castillo se dan cuenta de que lo que más se parece es un edificio con pinta de cárcel del que sale una luz ultravioleta. Preguntan. No es ahí: uf. Siguen buscando y el nombre del castillo coincide con el de un sitio que no es un castillo. Vaya. Deciden hacer la cola, de todos modos. Entran. Van en modo cebolla y no paran de sacarse ropa mientras alucinan con la composición del lugar. En el escenario hay un grupo cantando exitazos y animando a un público que les jalea muy entregado. Entre el público hay jóvenes, nietos con sus abuelos, hermanos, padres e hijos, todo parece indicar que se trata de una boda pero no es una boda. Tanto da. El único problema es que además de modo cebolla también practican el modo turista y no saben que hacer con la mochila que se bambolea en la espalda y golpea a la gente a diestro y siniestro. Y además empieza a hacer calor. Pero como puede hacer tanto calor. No puede hacer tanto calor. Ay dios mío que me ahogo.

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lunes, noviembre 12, 2007

Sábado en Berlín (1)

En Berlín hace frío, pero a veces, a intervalos de diez o veinte minutos brilla el sol. El cielo está azul y pasean por una calle llena de tiendas de antigüedades (de esas que tienen encanto para nosotros, jóvenes burgueses que se quieren bohemios). La nariz se pone roja y deciden entrar en la tienda que dijo A que estaba muy bien porque venden la ropa al peso. Cr se prueba un vestido de los años 10 como reciente, M se prueba un vestido de Bella, y Ca un vestido de alemana. Se meten en el probador y se cambian ropa y se ríen mucho y se sacan fotos (sin mucho flash) y disfrutan de poder ser tontitas de vez en cuando. Finalmente deciden ir más allá (siempre más allá) y cogen a escondidas vestidos blancos de radiantes novias. Y se ríen más y más y no pueden parar y de repente: oh, no, no, no es posible, copos blancos caen de las nubes y ellas deberían estar fuera, girando blancas sobre la nieve blanca, pero no quieren que se ponga la nariz más roja. Así que devuelven los vestidos, pagan y se van.

Llegan a un italiano, porque algo deben de hacer mal que sólo saben comer en italianos y tailandeses (se plantean comer una salchicha tipical germanish pero no llega a cuajar) y atiende una chica que no quiere trabajar. Los otros están de buen humor, y hacen bromas, pero ellas no, porque quieren ir al baño. No lo encuentran y como buenas españolas empiezan a despotricar: ¡estos países europeos en los que no obligan a tener baño y te cobran terriblemente si quieres mear (pero en la calle te multan!). Cr reflexiona sobre aquella cruzada que quedó a medias: la cruzada por los baños públicos, y decide retomarla antes de que sea demasiado tarde.

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