Oda pastoril
Nosotros, los urbanitas, amamos las excursiones al campo y corremos hacia la naturaleza con los ojos siempre prestos a humedecerse de la emoción. ¡Qué paz!, exclamamos, ¡qué belleza!. Nuestros corazones brincan dentro de los pechos y desearíamos escribir uno de esos poemas tardo-románticos en los que volcar los sentimientos que nos embargan al contemplar un pequeño ruiseñor posado en una dulce rama.
No es que queramos vivir ahí para siempre, o ser felices. Si yo estuviera ahí metida me ahogaría, puedo decir yo, sin mucho pudor. Pero la verdad está siempre afuera, esperando. Y los niños de Banyolas corretean libres por la plaza del pueblo. Y juegan a la pelota y la pelota se atasca en las (dulces) ramas. Entonces los niños piden otra pelota y tratan de empujar con esa a la primera. Y los mayores zarandean el árbol. Y la de la tienda de (uf, licencia poética) ultramarinos les acerca una escalera y una escoba con la que empujar. Y los niños continúan y la segunda pelota se queda atascada en otras (dulces) ramas en una de sus misiones secretas de salvación. Y le piden una tercera pelota a otro crio que gira la cabeza a un lado y al otro y va a junto de sus padres a explicarles la situación, que no quiere arriesgarse a perder también la suya (moraleja: no es verdad que en los pueblos todos estén dispuestos a ayudarse, maldita oveja negra, niño que huirá de Banyolas cuando sea mayor para encerrarse en un piso caja de zapatos donde nadie le pida nada,como yo, como tú, como él). Llega el héroe del lugar con un balón de baloncesto y acierta y la segunda pelota cae (la primera no, que está atrapada) y todos sonrien.
Que los niños nunca deberían ser encerrados va más allá de mi visión idílica. Mis hijos, (futuramente) concebidos sobre campos de trigo (maíz, en realidad) me tirarán de la manga para que les deje salir a la calle y yo muy seria les explicaré que hay demasiados coches. Yo misma me tiraré de la manga y me plantearé la idoneidad de habitar adosada a un vecino adicto a Bricomania que madruga los domingos para hacer sus prácticas.
Pero nunca lo olvidéis: el amor que no tiene explicación es el único decente.