Haciendonos mayores...

sábado, agosto 30, 2008

Pedro y el lobo

Truena y relampaguea. Si fuéramos jóvenes, jóvenes de verdad, nos apresuraríamos a subir las persianas, correr las cortinas, abrir la boca como ante los fuegos artificiales de las fiestas de Bouzas. Dividíamos a la gente (¿o sólo lo hacía yo?) en aquellos a quienes les gusta la tormenta y aquellos que le tienen miedo, colocándonos orgullosos en el primer grupo (proclamando que los que no sacan ningún placer de lo sublime desmerecen nuestra consideración –¡pero son tan necesarios para establecer la comparación!-).

Llueve, truena y relampaguea y no le hago ni caso. Mi terror se ha desplazado sigilosamente hacia otro lugar y ya no puede depararme ninguna satisfacción. Hace un par de semanas que en el corcho de mi portal pende el aviso (un par de semanas en las que duermo mal): Sed sigilosos. Han robado a cuatro vecinos. Ante cualquier ruido extraño, llamad a la policía (nacional, autonómica, o local).

Como de la precaución a la paranoia solo media un paso, zozobro en la frontera. Mi teléfono suena y en cuanto cojo, cuelgan. En la casa de abajo se oyen martillos, golpes secos y hasta algún (no puede ser, no) disparo. La luz va y viene intermitentemente. No puedo llamar a la policía ante cualquier ruido. No me dejan llamar al médico ante cualquier síntoma. Tienen que ser reales. Así que vivo atemorizada ante mi irremediable inacción. Cuando lleguen los ladrones, los dejaré actuar tranquilos. Al día siguiente pesará sobre mí la conciencia como una losa. ¡Y quiera dios que no haya heridos!

No llamaré, no llamaré, no llamaré nunca. Siempre apriorísticamente avergonzada ante la posibilidad de que al llegar, me expliquen que los ruidos sospechosos eran del viento cuando sopla con fuerza en las ventanas.

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miércoles, agosto 20, 2008

El amor serio

"El que en los antiguos hebreos, griegos y orientales no encontremos la misma valoración del amor es debido a que tampoco encontramos la misma valoración positiva del sufrimiento. El sufrimiento no era el sello de la seriedad; por el contrario, la seriedad se medía por la capacidad personal para evadir o trascender el castigo del sufrimiento, por la habilidad personal para conseguir tranquilidad y equilibrio. En cambio, la sensibilidad que hemos heredado identifica la espiritualidad y la seriedad con la turbulencia, el sufrimiento y la pasión. Durante dos mil años, ha estado espiritualmente de moda entre los cristianos y los judíos padecer dolor. Por tanto, no sobrevaloramos el amor, sino el sufrimiento, más precisamente, los méritos y beneficios espirituales del sufrimiento".

Así se entiende que lo del amor sano cuaje tan poco. Aunque nos lo vendan (de mentirijillas, eso sí) en la tele, en las revistas y hasta en las conversaciones privadas. Pero es que Susan Sontag, que lo dice todo, también añade esto en un ensayo diferente: "La nuestra es una era que persigue conscientemente la salud, y sin embargo, solo cree en la realidad de la enfermedad. Las verdades que respetamos son las que nacen de la aflicción".

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