Los conciertos apacibles
Ahora que se acerca la temporada estival (no reflexionemos sobre cuantos meses han pasado ya, no lo hagamos), y aunque el tiempo no acompañe, la vida se llena de acontecimientos importantes. Conciertos un día sí y el otro también y uno se deja ir aunque sabe que ya no está en la onda, y que las canciones que se sabe son las de hace dos o tres o cuatro discos (pero no pasa nada, porque puede desgañitarse con las canciones del primer disco y parecer más fan aún).
El jueves fuimos al concierto de Nacho Vegas y aunque esas me las sé todas (lo juro) no pude hacérselo saber. Estábamos sentados en butacas y él, tan lejos, no se dignó a dirigirnos la palabra más que en dos ocasiones: "boas noites" a la cuarta canción y "hasta otra" en la última. Y aunque las malas lenguas dicen que él siempre es demasiado lacónico yo más bien lo recuerdo verborreico, soltando frases y frases sobre muertos que yo no entendía (pero que eran graciosas, ojo, las gentes carcajeaban).
Estábamos sentados en butacas y aunque tocó mis canciones favoritas (con alguna traición excesivamente monocorde en Gang bang –empeorarla sin mi permiso!-) no hubo mucho pasión. Mi prima se revolvía inquieta viendo como todas las cabezas de la fila de delante quedaban impasibles. Yo, aunque en otros tiempos hacía lo propio, en este caso pude relajarme y disfrutar de la muy buena acústica. La gente no canturrea, cierto, pero en su caso no es tan necesario. En los conciertos de música clásica nadie da palmas ni silba por encima. No confundir, por cierto, con el imbécil aquel que escribía que los conciertos no eran karaokes. No queremos formar parte de ese excelso grupo de horteras que temen que emocionarse o no dejar la distancia de seguridad rompa su imagen de intelectual incorruptible.
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