Haciendonos mayores...

jueves, abril 24, 2008

"Londres era tan aburrido comparado con estar sola en el campo"

Ya sé, ya sé, estáis esperando sendos posts de Ámsterdam y Copenhague, y llegarán. Pero hoy quiero utilizar mi blog única y exclusivamente para hablar de mí a través de entusiasmos ajenos. Para compartir con vosotros mis (oh) miedos más profundos, a saber: la falta de profundidad.

Y ahora no hablo de trascendencias, ni siquiera de no pensar nunca en la filosofía. Hablo de ser capaz de ver la vida como algo real, como algo importante. De llegar al fondo de uno mismo y encontrar algo concreto (cualquier cosa). Algo coherente, construido con esmero. Porque claro, quizá tenéis/tienen razón los que dicen de mí esto y aquello (no tiraré piedras contra mi propio tejado). Los que dicen, por ejemplo, que nunca estoy triste. ¿Cómo estarlo si no te encuentras por ningún sitio? Pero hoy he aprendido que la señora Dalloway tampoco lo está nunca. Y entonces pienso: no. No quiero sentirme comprendida por los personajes de una mujer que acabó suicidándose! Porque yo no sé si es que interpreto mal (de hecho soy plenamente consciente de que lo hago, siempre pervirtiendo significaciones), pero para mí este es un libro profundamente optimista.

Por lo demás dice Peter Walsh que “Era una terrible confesión (se puso de nuevo el sombrero), pero, a los cincuenta y tres años, apenas se tenía ya necesidad de nadie. La vida por sí sola, cada momento, cada gota, allí, en aquel instante, al sol, en Regent’s Park, era suficiente. Demasiado, a decir verdad. Toda una vida era demasiado corta para extraer, cuando ya se ha adquirido la capacidad, todo el sabor; para destilar hasta el último gramo de placer, hasta la última brizna de significado, y tanto placer como significado eran mucho más sólidos que antaño, mucho menos personales”

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jueves, abril 10, 2008

Amor y surrealismo

Hoy he aprendido que Breton en realidad era un cursi. No fue fácil llegar a saberlo. Las bibliotecas de Bruselas se pusieron en mi contra. Ya os había comentado que la ciudad de Bruselas era la más burocrática del mundo entero. Imaginad entonces el juego que puede dar el hecho de que esté dividida en 19 comunas que no se comunican entre sí. Las malas lenguas afirman que hasta hace unos pocos años, si cometías un crimen y cruzabas la calle que separaba una comuna de otra, la policía ya no tenía derecho a ir contra ti. Nati me contó por su parte, que su edificio es el único del Parlamento Europeo al que no se puede acceder directamente (es decir, sin salir a la calle), porque resulta que está en un barrio diferente y entonces es imposible ponerse de acuerdo sobre quien paga el túnel secreto. Pero mi problema hoy era mucho más banal. Madrugué considerablemente para poder ir hasta el fin del mundo, a una biblioteca que tenía “Si vous aimez l’amour” que es un libro y a la vez una frase que se debe terminar por “vous aimerez le surrealisme”. Llegué hasta allí muy puntual, pero no me dejaron pasar. ¿Eres socia? Soy socia de la biblioteca de Saint Gilles, dije, y saqué mis dos carnets de bibiotecófila bruseliense. Ah, no, no, eso no te vale aquí. Saqué mi DNI, una mujer sonriente me hizo un nuevo carnet, me indicó a quien podía preguntarle por mi libro y me dejó pasar. Salí victoriosa, con toda la información en la mano (y otra cosita de premio) y me encaminé a una biblioteca del centro a por “Surrealisme et sexualité”. Llegué, y una mujer (nada sonriente) me impidió el paso. ¿Eres socia? Yo desplegué todo mi arsenal de carnets de bibliotecas belgas, “tengo uno de Saint Gilles, otro de Scharbeek y este otro que no sé para qué sirve”. “No te valen aquí”. Pregunté si me podía hacer socia y la mujer me pidió algún papel que certificase la dirección de mi residencia. No lo tenía “Pero soy socia de estas dos bibliotecas, y mira, me han dejado coger libros en préstamo”, y abrí la cremallera de la mochila dejándole entrever ese paraíso de letras encuadernadas. “Me da igual, necesitamos algo que lo certifique”. Mi cara de consternación llegó por un huequito estrecho hasta su corazón y me dejó pasar a hacer fotocopias (1’50 euros por cada 10 páginas). No pude evitar reflexionar sobre las ventajas de vivir en un barrio y no en el centro. Ese desprecio es propio de las bibliotecas céntricas repletas de desconfianza y desinterés. En Saint Gilles, la bibliotecaria no duda de la dirección que le das, y además siempre muestra entusiasmo (porque no hagáis una encuesta preguntando cuánta gente de Saint Gilles les conoce, pobres, que casi ni aparecen en la página de la red de bibliotecas).

Como tuve que esperar media hora a que abriera en esa odiosa biblioteca la sala de fotocopias, empecé a leer sobre surrealismo y amor, amor y surrealismo. La Santa Generación no tiene razón de ser. Más convencional que Breton no puede haber nadie. ¿Os podéis creer que el fundador de un grupo que se quiere transgresor se escandalice ante la homosexualidad, ante la coprofagía (bueno, esto lo entendemos más que perfectamente) y hasta ante la masturbación sin objeto? Anodada me quedé mientras leía sus defensas atribuladas de la monogamia (especialmente la femenina), la androginia platoniana (o algo así, lo de un hombre/mujer que nos complementa y que nos está destinado/a) y su rechazo absoluto a cualquier vicio.

El amor es revolucionario decía. La solución a todo problema.

Claro que sí, como amamos el amor, amaremos el surrealismo.

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