Los japoneses y la Mona Lisa
Leía el otro día en el Magazine el artículo de Andrés Trapiello reconociendo al instante que yo podría caer en argumentaciones de esa calaña. Así que traté de tener una visión amplia que pudiese justificar el elitismo de quien dice que a la Victoria de Samotracia la hemos destruido entre todos (los turistas que sacan fotos de forma compulsiva), impidiendo que los que sí sabían apreciar esa obra de arte puedan recuperarla. Se quejaba Andrés de los museos llenos, como quien se queja de que el turismo accesible elimine la posibilidad de sentirse –oh dios mío- un viajero. Celebraba el cierre al público de las cuevas de Altamira para preservar unas pinturas amenazadas por la sobreexposición (aunque creo que en realidad sólo se ha restringido el número de visitantes al año).
Otro día discutía con una amiga. Ella (ecologista convencida) decía que creía que los parajes naturales debían cerrarse a la visita de los seres humanos, porque estos (nosotros), irremediablemente alteraban el hábitat de los animales. Yo, más por escandalizarla que por otra cosa, le decía que de que le sirve al ser humano unos parajes naturales que nunca podrá disfrutar. De que le sirve la belleza del mundo si le está vedada. Por supuesto, sé que esto no es verdad, no en estos términos. Sé que al hombre si le sirve que haya animales (de alguna forma indirecta) aunque no pueda entrar en su territorio. Sé que le sirve que haya árboles y plantas y naturaleza. Sé que no es sólo cuestión de utilitarismo, por otro lado.
Pero el arte es diferente, porque su principal razón de ser es –debería ser- comunicar. Porque no ganamos nada haciendo que la Victoria de Samotracia dure cien años más en perfectas condiciones si con eso hemos impedido que cien millones de personas la vean.
Porque quizá creamos que los que ven a la Mona Lisa a través del objetivo, la merecen menos que nosotros, los contemplativos, que ya no podemos disfrutarla tras todas esos cámaras japonesas. Porque no deberíamos olvidar que los demás, lo creamos o no, todos los demás, también son capaces de percibir la belleza. De conmoverse, incluso.
Lo que no entiende Trapiello es que la democratización de la cultura (probablemente inalcanzable) sería su éxito y no su fracaso. De que el hecho de que lleves a Mozart en la sintonía del móvil, nunca restará valor a la canción original.
Etiquetas: belleza, cultura, naturaleza